Crónica aventurera por la Baja California (PARTE 2).


Viajar a dedo implica aventura, no sabes lo que te espera y así fue a la salida de Mulegé. Un día de finales de enero, bajo un sol que quemaba y más de una hora y media de espera. Sólo un carro, más roto que entero, había parado antes. “- Voy a San Bruno. - Vamos más lejos, gracias”, contestamos si saber dónde era aquel lugar pero aliviadas de no subirnos (no nos gusta tomar riesgos).

El destino quería que Greg fuera el elegido, a bordo de un Toyota FJ amarillo, de esos equipados para un rally. “- Hello! Lo único es que sólo tengo un asiento. Las mochilas tendrán que ir en el remolque sobre el kayak. – Claro, no hay problema, cabemos!”. En pocos minutos íbamos ya en ruta hacia el norte. Desde las primeras palabras, notamos que Greg no era Californiano como su 4x4. Enseguida nos resumió su historia.

Originario de Beirut, hace unos 10 años se enamoró online de una Californiana que le tramitó el “fiancé visa”. Dejó el Líbano para empezar una nueva vida. Se separó, se alistó en el ejército como traductor (habla varios idiomas entre ellos árabe), estuvo en las “guerras” de Iraq y Afganistán. Por todo ello le dieron la ciudadanía (¡en menos de 2 años!). Las experiencias vividas lo cambiaron, una especie de revelación y ahora, dice, es una persona diferente, relajada, que transmite una energía especial. ¡No fue coincidencia que nos encontráramos! Iba a salirse de la carretera trans-peninsular para ver lagunas y sitios remotos, buscando tranquilidad, lugares solitarios y buena pesca. Conocedor de estas tierras en su cuarta visita, no dudamos y cambiamos de planes, aceptando su invitación para compartir ruta unos días. La suerte siempre nos acompaña.

Pasamos rápido Santa Rosalía, la ciudad minera del Mar de Cortés, con instalaciones abandonadas de la época de los Franceses y las nuevas funiconando de los Coreanos. Vimos las Tres Vírgenes, la zona de volcanes activos de la península (todo tiene un carácter religioso por estas tierras). Paseamos unos minutos por la plaza arbolada de la antigua misión de San Ignacio con una bella iglesia, rodeadas de miles de palmeras, otro oasis en medio del desierto. 

Nos desviamos hacia el Pacífico, un tramo de costa plana entre lagunas y dunas, atravesando costras saladas y tierras deshabitadas, salvo ranchos perdidos y dos poblaciones de pescadores, La Bocana y Punta Abreojos. Acampamos junto al mar y vimos uno de los atardeceres más largos de nuestras vidas: el sol no quería meterse en el océano infinito de la Baja, rodeadas de pelícanos, pájaros y pangas de pescadores. Nos contaron que es una zona muy rica en pesca, en invierno pescan langostas que salen vivas para Europa y Asia en aviones. Greg nos preparó unos deliciosos tacos, al estilo de la Baja, es decir de pescado rebozado, que él mismo había sacado del mar. Y haciendo la digestión junto a una hoguera, la noche limpia de contaminación de la Baja nos regaló el paso de un meteorito. ¡Mágico!


Seguimos ruta y paramos en Guerrero Negro, en medio de la nada, una ciudad que vive de la salinas, de las más grandes del mundo, gestionadas por los Mitsubishi de Japón. En una de estas lagunas ricas en biodiversidad (Reserva de la Biosfera Vizcaíno) es donde las ballenas vienen a aparearse y a tener sus crías, año tras año, todos los inviernos, desde las aguas gélidas de Alaska. Una historia increíble de la madre naturaleza. En la Laguna Ojo de Liebre vimos y oímos decenas de cetáceos, chorros al aire. Un lugar casi intocado, con un pequeño campamento para turistas, no sólo Gringos y Canadienses, sino Alemanes, Franceses, Belgas, con sus casas rodantes. Organizan tours en lanchas para verlas de cerca (y tocarlas) pero los 40 dólares nos desmotivaron.

Dejamos la plana costa del Pacífico para meternos de lleno en la aventura “off-road”. Desinflamos las ruedas, tapamos las mochilas y listos para tragar polvo por una pista que atraviesa la sierra, entre grandes rocas que parecen caídas del cielo, cardones, cirios (otros extraños cáctus), arbustos en flor y ni un alma a la redonda, aunque vimos un correcaminos, como el de los dibujitos animados. Sólo pasamos un rancho, con 3 personas y 200 vacas (carne pura sin contaminación que mandan a Mexicali). Cuestión de acortar, recorrimos 20 km por una trocha rota y arenosa, con el carro de medio lado, pero tranquilas al volante con Greg. Aparecieron más valles solitarios y de repente el azul intenso del Mar de Cortés y 2 ciclo-turistas veteranos empujando sus bicicletas. “- ¡Animo, casi están arriba! – ¿De dónde son? – Dinamarca. – ¿Necesitan algo? – Pues si tienen algo frío…” Y Greg les regaló un refresco de su nevera portátil. 

Al rato, llegamos a San Rafael donde Pancho, el siguiente protagonista de esta aventura peninsular. Sólo los extranjeros le dicen así. Para los locales es El Correcaminos alias El Corre. Un viejito que llegó a esta costa hace 32 años como empresario dedicado a secar carne de tiburón y por cosas del destino lo dejó todo para retirarse del mundo convencional y quedarse aquí como ermitaño. “No tengo nada pero tengo de todo”. Los turistas le van llevando cosas (muchos gringos lo ven como un pobre hombre necesitado) y sin querer se ha montado una especie de tienda rupestre para vender sobretodo cerveza bien fría. Tiene una radio para emergencias, placa solar, cocina de gas y hasta lavadora. Basta pedirle algo que te lo saca.

Feliz de tener viajeras hispanas porque los que pasan por allí son pescadores locales habituales, algún ranchero, moteros, ciclistas y aventureros extranjeros como Greg. En ruta “off-road” o Gringos que vienen a pescar. La zona es reputada. 


Los paisajes del Mar de Cortés son un escenario bien especial. Tuvimos de regalo una luna llena, roja, espectacular sobre las islas y el mar. Hoguera para calentarnos mientras seguíamos platicando. Compartimos un par de días con Bill, de Oregón, tierra de gentes alternativas, que viajaba con su fiel perra Labrador en su vieja furgoneta Volkswagen. La perra no se le despegaba ni para ir al baño o al mar a pescar. 

Los amaneceres también son especiales. El mar parecía un espejo y los extremos de las islas se veían partidos en láminas. Dicen es por un fenómeno entre la temperatura y la luz. ¡Ver para creer! “Y es que estas islas son bien misteriosas. Aquella se llama Sal Si Puedes. Los pescadores se refugian si hay tormenta. No vean cómo cambian las condiciones en este mar.” 

En la tarde llegó un cicloturista alemán que estaba haciendo la Baja Divide, una ruta off-road en bicicleta desde San Diego a Los Cabos, 1.700 Millas. Cuando llegó se tomó tres cervezas totalmente deshidratado. El “Corre” las vende bien frías a 50 Pesos (cuestan 10 Pesos en el pueblo… y con lo que gana, se toma 3 o 4). Esta ruta la abrió una pareja de Alaska hace 2 años, la chica es campeona del mundo y tiene el record: ¡11 días pedaleando! Hay que ser muy fuerte física y anímicamente porque es muy dura. Así que la conversada y el relax por unas horas le vinieron bien, aunque los coyotes le comieron su fruta en la noche. Hay muchos y son traviesos, no hay que dejar nada descuidado. La playa estaba llena de huellas, los oyes en las noches y sí, los vimos correteando de lejos por los alrededores. 

Siempre recordaremos San Rafael con mucho cariño. Días especiales una vez más por la península solitaria donde se vive a otro ritmo. Contemplando este Mar de Cortés tan increíble, con sus pájaros, viendo delfines y peces saltar. Ya habíamos probado gratis las almejas en Loreto y los ostiones en Mulegé. Greg, Bill, el Corre y los pescadores nos obsequiaron con “delicatesen” recién sacadas del mar: ceviche, pulpos, unos enormes pescados asados y unos callos que nos trajeron los pescadores (dicen es de los manjares más valiosos de este mar, una carne blanca y densa de una almeja gigante). No probamos las agallas de cierto pez que venden en Asia por muchos dólares, no era temporada. Este mar es muy rico y la abundancia permite que la gente sea feliz, sin estrés y eso se transmite, siempre te quieren ayudar. Todo esto lo pudimos vivir gracias a Greg que nos dio esta oportunidad tan increíble y por supuesto al Corre, que seguirá con su solitaria vida en su rincón de paraíso.

Nosotras continuamos ruta, esta vez fue “panga-stop”, ya que unos pescadores se ofrecieron a llevarnos en su barca. Greg se quedaría al menos 2 semanas por acá y en otra bahía aún más remota, pescando, navegando en su kayak, acampando, por eso va tan preparado. Caía el atardecer y el mar estaba totalmente en calma, nos pusimos los ponchos y toda la ropa de abrigo y rodeadas de pulpos y pescados nos fuimos navegando 1h30 siguiendo la costa hasta Bahía de los Ángeles. ¡Lindas gentes estos pescadores!

Llegamos de noche, montamos la carpa en la playa delante de un motel con Norte-Americanos. El barrio estaba bien ruidoso no sólo por el ir y venir de pescadores sino por la concentración de participantes en un rally ese fin de semana. Al día siguiente nos fuimos a buscar más tranquilidad y comodidad. Menos mal un Gringo en su lujoso carro se dio la vuelta al vernos caminar baja el sol y nos llevó hasta un campamento al borde del mar, varios kilómetros al norte en la bahía. Es duro recorrer la Baja sin carro pero la gente te ayuda. 

Este rincón del Mar de Cortés es curioso, salpicado de islas, tonalidades minerales del paisaje seco y un micro-clima más protegido y cálido para ser invierno. Por ello, varios Gringos se instalan unos meses, en casas o enormes auto-caravanas (algunos casi ni salen de ellas, ¡se encierran a ver TV!). Cada vez la frontera con Estados Unidos está más cerca, muchos no se atreven a bajar más allá, siguen pensando que México es “very dangerous” y más ahora que Los Cabos salió listada como la ciudad más peligrosa del mundo … ¡allá estuvimos!

Casi nos vamos del campamento cuando la dueña nos dijo el precio, 150 Pesos (8 dólares). “¿-Por sitio? - No, es por persona. Pero bueno, como veo que son mochileras e hispanas, se lo dejo en 100 por las 2”. Al rato ya estábamos instaladas bajo una palapa para protegernos del fuerte sol. Y un rato más tarde desmontando el campamento: era puente festivo y llegaron familias mexicanas, además de las autocaravanas de gringos, así que nos cambiamos de lugar. 

Negociamos con Amanda para usar el baño, regadera (ducha en México), enchufes y wifi (cuando funciona, porque en Bahía de los Angeles no hay ni cobertura de teléfono) y nos fuimos al lado a una zona de cámping tranquila, sin gente y gratis.


Los días se pasan tranquilos en la bahía frente al mar. Mirando una vez más pájaros y peces, en enormes colonias. Entre preparar el fuego para cocinar y la hoguera en la noche, buscar madera en la playa: aprendimos a seleccionar, la dura madera de Mezquite y de cholla (madera seca de cactus). Hambre no se pasa, el mar siempre da algo y eso que nosotras no pescamos. En las rocas y la orilla hay miles de caracoles, ostiones, almejas, mucha vida con las mareas.

Así fue como conocimos a Enrique Zapata, buscando mariscos, Ainara preguntó a un local por cuáles eran los mejores para comer. Este hombre andaba por las rocas cubo en mano, recolectando estrellas de mar, para venderlas como artesanías, aunque es ilegal gana una lana. Llevaba 4 años viviendo en Bahía, que ocupó una casa, amueblada y con servicios y que no pagaba nada. Que el pueblo era tranquilo pero que andaban ciertos chamacos malos. “Hace unas semanas mataron a un gringo a garrotazos, acá cerca. Fue un crimen pasional, el gringo se lió con una mexicana casada”. Una hija se le murió a Zapata con una picadura de araña y ahí comenzó a irle mal. Su mujer se había ido con otro hombre, que él lo iba a matar, que no tenía miedo a la cárcel. 

Mientras, ya estaba dentro del mar, con sus zapatillas blancas y en un abrir y cerrar de ojos metió su mano junto a unas algas y arrancó un bulto de varios kilos. Piedras, conchas, algas y unos mejillones inmensos. Qué fuerza la de este hombre, que en minutos sacó varios manojos (al menos pesaban 5 kilos) y llenó nuestro cubo de mejillones. “Mañana si vuelvo, traigo pulpos”. Pero no volvió, el pueblo queda a varios km, en una aburrida caminata. Esa noche, asamos los choros como Zapata nos aconsejó. ¡Un banquete!

Este Mar de Cortés tiene tanta abundancia que no pasas hambre. A la vieja usanza (como sigue la vida en gran parte de la Baja), Amanda siempre nos regalaba algo al visitarla además de platicar con ella y su familia. “Esos son mis hijos. Fui madre muy joven a los 15. Este es mi nieto Dereck. Mi hija, que enseña inglés en la escuela del pueblo, se fue a California a tenerlo. Así es que es ciudadano Americano. Acá estamos lejos de todo, pero siempre ha sido lugar de paso de gente foránea. Como la familia de Ruben, mi marido, que vino de Inglaterra por eso el campamento se llama Daggett´s”. 

“- ¿Y cómo les va vecinas? ¿Ayer no vieron unos encapuchados? – ¿Qué? – Sí, andaban unos hombres rondando, mirando casas de gringos vacías para robar. – ¡Oh! Pues no, sólo en la mañana andaba uno recogiendo estrellas. – ¡Pues ese! - ¿Zapata? – El mismo, es un delincuente. Pues nos hicimos “amigas” del delincuente del pueblo y seguramente nos cuidó de sus colegas. Mejor llevarse bien con todos y más en pueblo chico. En fin, los mejillones estuvieron deliciosos, gracias al mentado Zapata.

Con nuestras historias, la linda familia de Amanda se divertía. Estaban muy pendientes de nosotras y al final no nos cobraron casi por la semana que estuvimos allí y nos invitaron a desayunar chilaquiles de despedida. ¡Un lujo! 

Como hemos comentado, las noches en medio de la Baja tienen otra dimensión, más infinita, al contemplar el cielo limpio, lleno de estrellas brillantes al no haber contaminación ni poblaciones. Calentitas junto a la hoguera, basta mirar hacia arriba y disfrutar del momento. En ello andábamos la noche calmada del 6 de febrero cuando de repente salió por el oeste una estrella más brillante de lo normal. Era claro que no era un avión ni un satélite. Se movía lento y le salió una luz azul con forma de cono que luego se convirtió en una esfera gaseosa blanca. La luz continúo su ruta hacia el este y desapareció y el gas se fue diluyendo. ¿Qué fue aquello? Lo vimos y no tuvimos tiendo de reaccionar, maravilladas por el fenómeno. ¿Cuerpos estelares, extraterrestes con ovnis o Trump lanzando misiles? Como Estados Unidos no está lejos a veces hacen pruebas en esta zona desértica. Unos días después, vimos en internet que ese día lanzaron el Falcon Heavy, el cohete más poderoso hasta la fecha. ¿Sería eso lo que vimos?

Tantos momentos mágicos por la península de Baja California. ¡Un roatrip memorable. Por los paisajes, las gentes, los días y las noches! 


Salir de Bahía de Los Ángeles no es fácil. No hay transporte público y los coches que transitan suelen ir llenos. Así es que probamos suerte pidiendo raite a los Gringos y Canadienses del campamento. Todos van “full” en sus enormes tanques rodantes y eso que pedimos el favor en nuestro mejor inglés. Al final un jubilado tenía dos asientos libres y nos llevó hasta el cruce de la Transpenínsular. Seguían rumbo al sur, en una caravana de 8 vehículos de Washington y Oregon, conectados por radio (muchos Gringos visitan la Baja en grupos por primera vez, asustados por este país desconocido aunque vecino).

Allí estábamos, en un cruce en la parte más solitaria de la Baja. No hay una gasolinera en 200 km ni para el norte ni para el sur. Sólo pequeños ranchos donde comer algo o reparar llantas y algún vendedor de gasolina a precio de oro. Un primer trailero nos adelantó hasta el siguiente cruce. “Suban, suban. El tráiler es viejo pero llegamos. Así no me fumo la pipa mientras platico con ustedes. Sí, nos toca drogarnos, el cristal ayuda. Tengo ruta hasta Mexicali y un tramo está aún sin asfaltar pero que llego, llego!”. Menos mal el camión iba lento. 

Esta vez no nos animamos a cambiar de planes cuando el trailero ofreció llevarnos a otro lugar turístico del Mar de Cortés por donde pasaba, una ruta más larga para volver a Ensenada y Tijuana. Muchos Gringos van por allí y pasan por el Coco´s, el ranchito de otro personaje que llegó hace unos años en silla de ruedas y construyó su casa al borde de la carretera, en medio del desierto, ahora cafetería, donde colecciona ropa interior femenina. 

Con paciencia y algo más de una hora de espera, paró otro tráiler, con mejor pinta y un camionero calmado, serio y poco conversador. Viajaba (cosa extraña en un transportista) sin prisa: parada a retocar una rueda, parada a por una cerveza (“es light”), parada en una tiendita de rancho por un encargo (cuando llegó otro camión y se traspasaron 2 bidones de combustible, ¡hay corrupción en todos los niveles!). Pero llegamos, de vuelta a la civilización. La parte norte de la Baja es otro mundo, con grandes cultivos y bien poblada junto al Pacífico.

Este roadtrip por la península de Baja California quedará en nuestra memoria. Y en especial este mes de “raite” y acampando por esta tierra vacía de gente pero llena de encuentros inesperados. Y lo mejor, es que cada viajero tendrá su historia única que contar. ¡Gracias a todos esos seres que se aparecieron en nuestro camino e hicieron de este viaje algo inolvidable.

Para ilustrar esta crónica y conocer a los personajes mencionados:

Comentarios