Crónica de Guerrero y Morelos.


En este subir y bajar y vuelta a subir por México, recorrimos la costa de Guerrero hasta Acapulco para volver al centro del país por la moderna Autopista del Sol. Algunos mexicanos nos decían que Guerrero era peligroso y más Acapulco, pero…

La historia del “dicen que” también nos la contaron para Tabasco, Veracruz y no digamos para los temidos El Salvador y Honduras. Si hiciéramos caso, nunca hubiésemos puesto un pié en gran parte de Centro-América o de México. Pero nos fiamos más de la gente local, de otros viajeros, que son los que viven la realidad y no lo que te cuentan los medios oficiales. Por cierto, os recomendamos la película La Dictadura Perfecta (la podéis ver aquí en You Tube) sobre la manipulación de la información y los políticos mexicanos.

Así es que averiguamos. Preguntamos a los habitantes de la costa de Oaxaca por dónde subían a Ciudad de México. “Por Acapulco”. Vimos por donde circulaban los buses. “Por Acapulco y de noche”. “Hay playas lindas para acampar con campamento de tortugas”, nos contaron unos vecinos. José Manuel (nuestro couch en Valle de Bravo) nos había comentado que su familia tenía departamento en Acapulco, que era la “playa” de la gente de la capital. Vamos, todo pintaba normal. Y fuimos!

Y así, después de 3 semanas por la costa de Oaxaca seguimos subiendo junto al mar por la costa de Guerrero. Atravesamos pueblos comerciales. Las carreteras estaban mucho mejor que en Oaxaca (no es difícil), con más tráfico. Y también mucha más basura.


Después de 6 transportes y 8 horas de ruta para hacer 200 km conseguimos llegar a Marquelia. Nos instalamos en La Bocana al enterarnos que la playa a la que inicialmente queríamos ir quedaba a media hora y con 2 transportes más. Este tramo de la llamada Costa Chica de Guerrero recuerda a Chacahua. Por su ambiente informal, palapas de madera y palma, hamacas, lanchas y pescadores, cocoteros y población Afro-Mexicana (ya contamos que Guerrero fue uno de los próceres de la independencia y que tenía el cabello “chino” como le dicen al pelo rizado en México). Una costa con un Pacífico que ruge y hace temblar la playa (literal) con bellos atardeceres y amaneceres tropicales. Así es que casi ni salimos del hospedaje con piscina donde acampamos 3 noches por 10 € (en total!). 

Compartimos fogata en la playa con una familia de Iguala, lugar que se hizo “famoso” por la “desaparición” de 43 estudiantes en 2014. Al preguntarles por la situación, dijeron que siguen la corrupción, las drogas y los narcos. Pero a ellos que tienen una empresa de granito y mármol, para hacer panteones, les va bien y viven tranquilos. 


Y sin miedo ni sobresaltos, llegamos a Acapulco, La que fue “Perla del Pacífico”, con sus Años Dorados entre la Segunda Guerra Mundial y los 70s, cuando la jet-set y los millonarios del mundo la tomaron. Todos, realeza, políticos, famosos de Hollywood, querían estar ahí, y fue motivo de poemas, canciones, películas. Mucho más que una bahía, con recortadas penínsulas rocosas y calitas. Un lugar remoto entre sierras al que sólo se llegaba por avioneta o en lujosos cruceros. Aún quedan villas dispersas por las penínsulas, como testigos silenciosos de esa época. Y viejos buses escolares tuneados y Bochos (Escarabajos VolksWagen) que hacen de taxi. La terminal de cruceros vacía (ya casi no llegan). Y pocos recuerdos quedan de épocas anteriores cuando Acapulco estaba en la ruta del galeón de Manila, que transportó durante casi 3 siglos mercancías de la entonces colonia española de Asia a Europa.

Ahora es difícil ver extranjeros, ricos residentes o turistas, que han “huido” a otros destinos de la costa mexicana.

Lo que sí quedan son los clavadistas, que desde hace casi 100 años se lanzan desde los acantilados, todos los días, en un corto espectáculo para deleite de visitantes. Y por supuesto, sigue siendo el balneario de los capitalinos (antes Defeños). Son casi 30 millones de personas que cuando quieren playa, sol y mar, desmadre y antros (discotecas), van a Acapulco.

Miles de habitaciones en altos edificios que rodean la bahía (no hay casi “rascacielos” en México, salvo en CDMX, así es que imagínate la dimensión inmobiliaria y económica de Acapulco). Las primeras vacaciones en la playa para muchas familias humildes. 

Y la zona exclusiva de Diamante (que mejor nombre!), más de 10 km de larga playa plana al sur de la bahía, con exclusivos hoteles gigantescos (como el legendario Princess, una referencia mundial en su tiempo), campos de golf, centros comerciales, condominios de última generación, centros de congresos, de espectáculos (siguen presentándose los famosos en la ciudad). Todo a cual más grande y lujoso, entre jardines enmoquetados y palmeras. Acapulco sigue siendo un imán para los capitalinos y el capital (de todo tipo, porque no hay centro turístico de México que no “huela” a lavandería). 

Tuvimos la suerte de vivir algo de este lujo de cerca. Carlos, nuestro couch, vivía en un conjunto cerrado con 3.500 apartamentos turísticos (que alquilan y se llenan sólo en vacaciones) y decenas de piscinas (de los 14 edificios que rodeaban nuestra piscina sólo habían 4 residentes, así es que toda la piscina para nosotras!).

Y José Manuel nos invitó a pasar el día en la playa del condominio y ni os contamos como eran las 2 piscinas junto al mar (que habían otras). Y todo el resto. Muy afortunadas, aunque nos sentimos “raras” entre toallas tan blancas en la playa! Incluso fuimos a degustar los tacos de pescado, pulpo y ceviches, famosos platillos locales (siguen habiendo pescadores en la bahía con sus lanchas, rico y vivo este Pacífico).


Por suerte no vimos el lado “peligroso” de la ciudad, aunque en el centro, lo que llaman Acapulco Viejo, se percibe un ambiente enrarecido. Desde el huracán devastador del 2013 hay zonas donde parece que todo quedó detenido y deteriorado, con coches y edificios abandonados. Además, la ciudad está sobre la Brecha de Guerrero, donde coinciden 2 placas tectónicas, es zona de terremotos y dicen se avecina uno muy grande (¿será? Uf, no nos pilló!). 

Acapulco tiene casi un millón de personas en el área y el crecimiento se ha sumado a problemas de bandas, narcos, desigualdades (de las más extremas que hemos visto en México), basuras. Pobreza extrema y lujo. Militares, Federales, policía estatal y municipal, mucho uniforme y armas protegiendo la “ruta turística” por la bahía. Aunque a diario salen noticias en periódicos amarillistas sobre balaceras, robos, asesinatos, corrupción, los viajeros estamos al margen, y más nosotras que viajamos con suerte. 

Y es que hay muchos Acapulcos. Para lo bueno y lo malo, y sigue siendo un lugar bello y con una personalidad única, que disfrutamos y estamos felices de haber podido ir. 

Para seguir ruta, cambiamos de escenario y de clima en cuestión de horas. Más rápido de lo previsto porque José Manuel nos dio ride, y por la velocidad a la que fuimos, vimos que la llamada Autopista del Sol no tiene un trazado de ingeniería como las Europeas para ir corriendo.

Y así de rápido volvimos al “altiplano” del centro de México. Días de cielo azul con sol que quema pero noches frías comenzando diciembre. Taxco nos recibe con sus cuestas y calles estrechas, sus casas blancas con terrazas, los taxi-Bochos, la “capital mundial de la plata”. Hay miles de puestos y talleres de joyería (y mucha cacharrería), las minas ya llevan años cerradas pero la ciudad sigue viviendo de la plata. Mucha gente acude a comprar (son varios los que se dedican a revender) o a descansar los fines de semana; estamos sólo a un par de horas de CDMX. Una ciudad con gran encanto y tranquila.

Volvemos al México típico. Con la agenda cultural que nos ha mostrado tanto (y gratis), coincidimos con el Festival de la plata: grupos regionales de baile, música de banda y claro, los que nunca faltan: los políticos, ya calentando motores (hay elecciones en México en 2018). Ni os contamos la “telenovela” del presidente municipal con su esposa (y directora del DIF, institución familiar) bailando abrazados, aplaudiéndose, etc. Viva México!

En este pueblo volvimos a probar las deliciosas gorditas y quesadillas, que preparó Efraín, nuestro couch. Y como el mundo es pequeño, hasta coincidimos con George, un Colombiano que vive en Taxco. 

Enfilamos la ruta final por el México central. Pasamos por Cuernavaca, una ciudad famosa para celebrar bodas y fiestas en casas y haciendas, muy a mano de CDMX y con un clima más cálido.


Y luego estuvimos en otro de los “pueblos mágicos” de México, Tepoztlán. Nos costó aprender el nombre y como a los mexicanos les encanta abreviar, pues lo llaman Tepoz. Ha conversado su carácter tranquilo, a pesar de que se llena de visitantes los fines de semana. Calles empedradas, un animado mercado, algunas gentes indígenas. Y sobre todo unos acantilados rocosos que cambian de color con la luz del sol. La gran Chavela Vargas eligió este lugar para vivir sus últimos años, al igual que muchos capitalinos que buscan por este pueblo otra calidad de vida. 

Subimos decenas de escaleras por un sombreado camino lleno de puestos de tacos y micheladas, para llegar al Tepozteco, una pequeña pirámide en lo alto de uno de los dedos rocosos. Estaba cerrada desde el terremoto del 19S, como todos los museos del INAH (Instituto de Arqueología e Historia) en Morelos. Así es que seguimos subiendo más, hasta llegar a bosques de pinos y vistas espléndidas sobre los acantilados. Gran belleza por estos parajes medio volcánicos, formas extrañas que encuentras en el centro de México. Dicen estas tierras tienen una energía especial y no faltan por la zona hippies, místicos, artesanos, chamanes, cazadores de ovnis y sobre todo turistas. Juan Carlos, nuestro couch, vino a instalar su taller de joyería en Tepoz y dice le va bien y vive tranquilo.

La verdad es que se respira vida de pueblo. La gente aún te saluda por las calles, te conversa, te invitan, como un abuelo que nos vio delante de su casa y nos invitó a la fiesta de su nieta Quinceañera. “Tómense unos tequilas, coman y ya van a llegar los mariachis”. No tuvo que insistirnos mucho. La fiesta duró horas. 

Cualquier motivo es bueno para festejar en México y más en los pueblos. Desde el babyshower, el bautizo, los 3 años, la comunión, confirmación, los Quince, la graduación, la Prepa, la Universidad, la boda, el divorcio y porque no llegan al funeral que sino! 

Así de relajadas, regresamos de nuevo a la megaciudad, a CDMX, 2 meses y medio después de los terremotos. La vida sigue como siempre (sólo vimos una colonia al sur fuertemente dañada y clausurada). 
Entre la preparación de las fiestas navideñas, con mucha gente por el centro, decorando el Zócalo con una inmensa piñata (es la costumbre en México), pista de patinaje en hielo (de las más grandes del mundo, gratuita, dicen pasarán casi 1 millón de personas). 
Nos quedamos con Fernando, en una colonia populosa cerca del aeropuerto y esta vez sentimos lo que es la masificación del metro (y no sólo en hora punta!).

Última etapa en Toluca (a 1 hora de la capital), la "fría y fea" capital del estado de México, pero su gente y comida compensan la visita. Disfrutamos paseando por Metepec con Christopher, su familia nos invitó a cenar en la casa. Volvimos a ver a Fanny, nuestra anterior couch. Buenos recuerdos de Toluca! Gracias gente y gracias a Christopher que temprano en la helada mañana (literal) nos llevó al aeropuerto. 

Bye México central y del sur! Felices de los 7 meses pasados por estas tierras. Nos vamos para el gran norte, rumbo a Los Cabos y la Baja California. Esperando encontrar un invierno cálido. Continuará!


Para ilustrar la crónica, puedes ver nuestras fotos:



Al ritmo de una canción de Chavela


Recorrimos Guerrero y Morelos (de Oaxaca a Toluca) en 3 semanas (Nov.-Dic. 2017).

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