Malawi, el país de los niños creativos.
Enero 2015
Al cruzar la frontera a Malawi
desde Zambia fue la primera vez que nos tomaban la temperatura y nos pedían el
certificado de la vacuna de fiebre amarilla. Esta vez estaba presente el
funcionario de salud, hasta ahora tan sólo habíamos visto anuncios sobre el
ébola. Todo en orden, sello de entrada a Malawi (los europeos no necesitan
visa), cambio de moneda, regateo y ya estábamos en un taxi compartido rumbo a la
población donde haríamos trasbordo para llegar a Lilongwe.
En la capital también ha sido la
primera vez que una familia local negra nos acoge gracias a Couchsurfing.
Jugamos con Aku y Kar, los super-educados, inteligentes y espabilados hijos de
Ziz y TK. Una experiencia diferente en una capital que no tiene absolutamente nada
que ofrecer al viajero, así que compartir una jornada con gente local fue lo mejor que pudimos hacer.
Comida con una familia local |
Malawi, aunque hace parte de la
unión de países del sur de África, no parece encajar en los ritmos de esos
países, pero tampoco con los del este del continente. Es un pequeño país a la
orilla del lago Nyassa, de 500
km de largo, muy poblado para su limitado espacio (14
millones de habitantes en un país similar a Portugal), con insuficiente tierra
cultivable (casi todo el país está cubierto de campos de maíz) y sin grandes recursos
minerales, así que aparece atrapado y condenado a la pobreza. País rural, con
pequeñas casitas de ladrillo y tejados de paja, al estilo de la de los “tres
cerditos”.
No sabemos si el aburrimiento que
empezábamos a notar en el viaje influyó en la manera de percibir las cosas,
pero notamos una atmósfera diferente, sentimos a la gente local triste, casi
amargada, sin esperanzas, no todos sonríen. Años de gobiernos corruptos han
logrado generar un estado de resignación y derrota general tal que la pobreza
ya no es sólo económica sino de espíritu y cotidiana.
Y, ¿qué hacen los hombres al
respecto? Gastarse lo poco que tienen en alcohol
(un litro de “shake-shake”, una especie de bebida de
maíz, cuesta 0.50 euros), jugando y apostando al billar.
Mientras, las mujeres tienen una
vida agotadora, siempre en los campos, siempre cargando. Es raro verlas sin un
niño en la espalda y pesados bultos sobre las cabezas, llevando la cosecha, el
agua, la ropa a lavar al pozo o al lago, cargan arena de las playas. No usan
carretillas, ni tienen mulas, sólo disponen de su enorme fortaleza física.
Admirable. Salvo los pescadores y los muchachos que pedalean los bici-taxis, no
vimos trabajar tan duro a la mayoría de hombres.
Viniendo de los países vecinos
del sur de África, donde nos sorprendió lo calmada que es la gente, en Malawi
es evidente el ruido y el jaleo. Notorio sobre todo cuando viajamos en las
furgonetas, muchos gritaban, discutían y nos daban la bienvenida intentando a
menudo cobrarnos de más.
Puede que esa manera de ser, más
nerviosa y ruidosa, haya sido heredada de los árabes. Un par de siglos atrás,
llegaron hasta el lago y montaron puertos para llevar esclavos hacia la costa
de la actual Tanzania para venderlos en Oriente Medio. Como no había en Malawi
nada goloso para ser expoliado por los colonizadores europeos, ahí estaban los
musulmanes traficando con humanos y aprovechando para implantar su religión.
Estas condiciones son las
favoritas para las ONG´s internacionales que le hacen el juego a los gobiernos corruptos
que nunca invierten en las infraestructuras básicas necesarias y así todos juntos perpetúan y ahondan los
problemas.
Recorriendo el país vimos letreros
de “proyectos” en cada esquina. Orfanatos, escuelas, dispensarios, proyectos
agrícolas… Muchas banderas de Naciones Unidas y la de la UE. En la capital de Malawi,
no faltan nuevos edificios con las centrales de las organizaciones y grupos de
chicas occidentales voluntarias. Despilfarro de millones de dólares
construyendo edificios (como el de la agencia europea del Sida), con diseño
fuera de lugar, gastando en costosos todo-terrenos nuevos (no compran como los
locales los coches usados de Japón) y ni que decir de los costes en burocracia.
Vamos, mucho despilfarro antes de comenzar con los proyectos de “ayuda”.
Pero esta situación no es nueva. Desde
hace casi dos siglos, Livingstone, el de las Cataratas Victoria, ya montó
misiones por estas tierras para supuestamente “salvar” a las gentes de los
árabes y de la esclavitud, no dejar que los musulmanes ganaran terreno y
cristianizar a los pueblos en su salvación hacia la libertad. Algunas de estas
misiones siguen funcionando, diversificando el negocio con alojamientos para
turistas o con proyectos de “volunturismo”, donde lo normal es que el
voluntario pague por trabajar en esta África desigual.
En este país sin recursos, queda
la imaginación y la creatividad y fueron los niños los que nos enseñaron de lo
que son capaces. Para jugar usan lo que tienen a su alrededor. Construyen
poblados de arena, con muros y casas, jardines con flores, mucho más barato y
de libre diseño que armar un Lego. Cogen juncos del lago y palitos y montan un
bonito velero. Un tablero viejo, un palo y canicas y ya tienen un mini-billar.
Vimos también camiones con remolque hechos reciclando un tetra-brick y tapones
de botella como ruedas. Impresionantes juegos!
Y entre creatividad y rebusque,
los mosquiteros que dan las ONG´s para combatir la malaria terminan siendo
usados como red de pesca. Todavía quedan peces en el lago Nyassa y es más
importante pescar y comer. En algunas zonas del lago está presente la
bilharzia, un gusano parásito que ha invadido muchos lagos africanos, tras años
de sobre-pesca y contaminación. Así es que por precaución, preferimos no
bañarnos.
En cuanto a la malaria, Malawi ha
sido el primer país recorrido donde los locales nos dijeron que los mosquitos
“malos” no andaban lejos. En uno de los hoteles, la casera llevaba chaqueta a
más de 30 grados. “Sick?, Yes, malaria!”. Menos mal tuvimos cuidado y
mosquitero en las habitaciones.
También fue primera vez que vimos
a mucha gente vistiendo con ropas rotas y desgastadas, descalzos, por cultura y por necesidad. No hay para más.
No faltan en los mercados toneladas de textil usado, no siempre tan barato. Ves
camisetas de todo origen, con letras en chino, en coreano, con publicidad en
holandés… hasta encontramos un vestido de flamenca “made in Spain” en una de
las montañas de ropa. Mundo global… y África siendo el vertedero del mundo!
Las señoras siguen usando las
telas tradicionales, a modo de falda, para llevar al niño y la carga.
Aunque esta crónica ya parece un listado
de penurias, nos queda contar nuestras peripecias viajeras con el transporte,
el dinero y la comida.
Hay muy pocos autobuses, así que
lo más práctico es viajar en las pequeñas furgonetas que hacen rutas por todo
el país. En teoría son para 14 pasajeros y salen cuando están llenas, pero para
los transportistas “llena” significa al menos 19 personas y durante el
recorrido siguen recogiendo gente, así que desafiando las leyes de la física
algunas veces viajamos 25. Hombres colgando de las puertas y sobre el techo
durante pocos kilómetros mientras en una
de las innumerables paradas alguien se baja.
Muchos controles de policía, la
mayoría con mujeres al mando, quizás menos corruptas.
Con tanto gentío, calor y sudor,
los olores son indescriptibles. Así que Sonia abría la ventana a tope para
respirar y la consecuencia fue una tos que no se le curó hasta que salió del
país.
El transporte es barato, no como
en Zambia, al menos para el turista. 2 euros por hora recorrida, es decir unos 60 km, pero esto es mucho
para la gente local que siempre intenta regatear para las pequeñas distancias,
no les da para más. Por suerte el país es pequeño, las carreteras principales
están asfaltadas y los trayectos no eran muy largos, así que la incomodidad en
el transporte fue llevadera.
En cuanto al dinero, nos pasó lo
que nunca, llegamos a destino en Nkhata Bay con tan sólo 500 kwachas (1 euro!)
en el bolsillo. En muchos pueblos hay cajeros y aunque hay pegatinas de “Visa”,
pasa como con el Internet o los pagos directos con tarjeta en algunos hoteles,
“haberlos hailos” pero no siempre funcionan. “Try, try” (intenta), te dicen los locales. A muchos turistas nos
pasa lo mismo, aunque los que tienen dólares lo resuelven fácilmente. No
sacamos suficiente dinero en la capital, donde funcionan los cajeros para
extranjeros, pero la cantidad máxima que dan es limitada (unos 100 $). Menos
mal conseguimos que un cajero nos diera algunas kwachas.
Por suerte, la vida en Malawi es
barata y no hay mucho en que gastar. Además, como viajamos en época de lluvia,
conseguimos negociar habitación barata (10 euros) y no nos tocó acampar, así
que el dinero nos rindió bastante. Y salvo tormentas nocturnas, nos salvamos de
las grandes lluvias.
Estuvimos a dieta de tomate y
aguacate, con pan fresco en el mejor de los casos, y alguna masa frita que
venden las señoras y niños. Todo lo venden en bolsitas azules de plástico y la
gente las tira al suelo por lo que acaban cubriendo todo el país que está
realmente sucio. Tampoco gastamos en agua, ya que seguimos bebiendo la del
grifo, que en todos los países recorridos del sur de África, es potable, salvo
excepciones.
Los mercados son muy básicos en
los pueblos y sólo hay pequeños supermercados. Fuera de las ciudades grandes es
difícil encontrar restaurantes que no sean especiales para turistas (en
dólares), sólo hay puestos de mazorcas, harinas o yuca frita e intestinos
asados. Así es que el día que conseguimos un plato de patatas fritas con una
tortilla nos supo a gloria.
De lo que recorrimos en Malawi,
nos pareció un país monótono, poco agraciado y anodino, aunque cierto es que no
fuimos a la parte sur más montañosa, ni visitamos ninguno de los pocos parques
con limitada vida salvaje.
Lo agradable de Malawi es la vida
tropical al borde del lago, con un ambiente relajado en los pocos sitios de
playa. El país está tranquilo para los visitantes y se ha puesto de moda en los
últimos años como destino fácil y barato en África, con campamentos mochileros,
de dueños extranjeros.
Si eres turista (“mzungu”)
estarás aislado de la básica y dura vida cotidiana ya que en estos campamentos
todo es “cool”. Eso si, cada vez
pagarás más, ya que dado el éxito, algunas habitaciones andan ya por los 30 $,
y los spaghetti boloñesa cuestan más que en Italia. Pero siempre queda acampar
y el básico mercado.
Muchos jóvenes blancos quedan
encantados con Malawi, el lago, el ambiente “rasta” tipo caribeño de las
campamentos, música y cerveza a discreción (un botellín pequeño ronda el euro).
Nosotras debemos de estar viejas, no nos va este ambiente ficticio y no tenemos
energía para aguantar a los chicos locales de 20-25 años que pululan alrededor
de los turistas con sus artesanías y que aprovechan para ofrecerte droga, sexo,
alcohol, o lo que se tercie; muchos fumados, bebidos, sin conversación interesante, así que
intentábamos quitárnoslos rápido de encima.
Nosotras, cuando pensemos en
Malawi, seguramente lo que recordemos será la dura vida de la gente de este país,
el más pobre de los recorridos hasta ahora por África. Los pescadores y el
poblado de Senga Bay. Los niños tan creativos en su pobreza y la sufrida vida
de las mujeres de Malawi.
Ojala las gentes de Malawi puedan
sonreír pronto!
Viajar con niños puede ser una experiencia maravillosa llena de aventuras y descubrimientos. Es importante planificar actividades adecuadas para ellos y mantenerlos entretenidos, así todos disfrutarán al máximo del viaje.
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