Crónica de Michoacán

Entre muchos Mexicanos, Michoacán conserva  aún una fama de estado conflictivo. Han sido años convulsos, con narcos, cárteles, grupos criminales y sus luchas internas. Muchas historias sangrientas y éxodo importante de gentes hacia otros lugares de México más tranquilos o los USA. Pero parece que desde hace un par de años Michoacán ha vuelto a la normalidad, salvo cierta zona costera donde no pensábamos ir.

Así, a mediados de agosto, llegábamos a Morelia, la capital michoacana. Una ciudad patrimonio de la Humanidad, con un conservado centro colonial, todo empedrado, un ambiente tranquilo y relajado, museos para entretenernos (muchos gratuitos), centros culturales, parques. 

Agradable visita, días a ritmo lento con la hospitalidad de Areli y sus hijas, una de esas familias que está entre Estados Unidos y México, han regresado a su Michoacán ahora que todo está vivible.
Después de semanas por el centro seco de México, notamos diferencia  de paisaje al irnos hacia el interior de Michoacán, hacia el oeste, cada vez más verde, con lagos y ríos, bosques de pinos, montañas y colinas con formas de volcán (aunque muchos dormidos).  

Estuvimos en Uruapan, la “capital mundial del aguacate” y es cierto que a 50 km a la redonda no hay sino enormes plantaciones, maquilas para exportación, camiones y para sembrar este nuevo “oro verde” están arrasando los bosques de pinos (antes muchas de las casas eran de madera).  

La ciudad ya tiene más de 200.000 habitantes y hay todo un trajín alrededor de este lucrativo comercio: en Estados Unidos se venden por unidades y en México por kilos (cada vez más caros, de media  entre 40 y 80 Pesos, 2 y 4 €). 

Así es que cada vez se come menos guacamole! Una pena que nos adelantamos a la cosecha.

Fuimos a Uruapan para visitar el cercano volcán Paricutín y nos quedamos con Antonio, un videoblogger (una tendencia de moda en México). El “volcán más joven del mundo” (muchos sustantivos por estas tierras fértiles y activas), ya que surgió en 1943 y en unos meses se fue formando mientras escupía lava por varios años. Ahora, dejó de crecer y quedan unas pocas fumarolas.

Subir al volcán nos llevó unas 5 horas de caminata, pasando por Angahuan, un pueblo indígena donde pocos hablan español, atravesando sombrios bosques de pinos, rodeando campos de aguacates y mares de lava solidificados, caminando por negras arenas volcánicas, hasta llegar al famoso cráter. 
Pasamos junto a la iglesia milagrosa: el pueblo completo fue sepultado pero la fachada quedó en pié emergiendo de la lava. Llegamos agotadas y ni quisimos pensar en el regreso caminando hasta el bus. 

Por suerte en la cima conocimos una familia que tenía el carro al pié del volcán (menos de 1 hora bajando) y nos dieron aventón, nos salvaron! Pero el paisaje mereció la pena.

Próxima parada en Pátzcuaro, uno de los pueblos coloniales más auténticos que hemos visitado en México, con casitas bajas rojas y blancas y tejas cerámicas. Bueno, decimos “pueblo”, pero en realidad hay más de 100.000 habitantes. Aunque la vida sigue a ritmo campesino, con sus concurridos mercados, rodeada de verdes pastos con vacas y campos de maíz, al borde de un lago. Hay decenas de iglesias, una por cuadra o casi. La vida es barata, conseguimos incluso una moderna habitación por poco más de 10€ (de las pocas veces que no hemos hecho couchsurfing en 5 meses).

Tierras donde aún quedan indígenas, que han conservado sus idiomas, vestimenta y costumbres.
Elaboradas artesanías, como en gran parte de Michoacán, estilos criollos (por ejemplo elaboran tallas religiosas en fibra de maíz).

Tierra de los Purépechas. Conocidos por su celebración para los Días de Muertos, entre flores olorosas, altares y rezos, cementerios coloridos en esos días. Pero también cada vez más abarrotadas de turistas, muchos de los cuales vienen a emborracharse.

Y es que en la pequeña isla de Janitzio incluso un día normal entre semana somos muchos los visitantes, así es que no imaginamos cómo será en esos días festivos. 
Los charales (pescaditos fritos) y las micheladas en “jarros locos” son ofrecidos en cada esquina. Fluye el trago un día normal! Pescadores con sus enormes redes y canoas pocos quedan, nos pareció una isla 100% turística sin más encanto que estar en medio de un lago rodeado de verdes montañas.


Paramos en Zitácuaro, donde Jairo y su familia. Probamos pozole (sopa de maíz), pambazos (panes fritos rellenos), ricos panes de la región. Se come bien y barato en Michoacán, la región tiene famosa gastronomía, entre carnitas y dulces (las paletas y helados regionales los encuentras por todo México). La familia nos habló de traumas que han quedado en la ciudad después de años sangrientos, por suerte ya todo está calmado. Pero no llegamos en época de migración de las Monarcas, unas mariposas  que llegan a pasar el invierno desde Canadá y Estados Unidos, son tantas que cubren los árboles de las tierras altas que rodean Zitácuaro y Valle de Bravo.

Y Valle de Bravo fue nuestra siguiente parada, gracias a la hospitalidad de José Manuel, un español-mexicano, banquero pre-jubilado y una interesantísima persona, que nos hizo ver otra perspectiva de temas controvertidos. Nos quedamos una semana en su casa con vistas al lago, todo un lujo! Platicamos largo, fueron días de lluvia.


Este pueblo, ya en el estado de México, a poco más de 1h30 de la capital, es lugar de fuertes contrastes. Casas de millonarios, con piscinas, canchas de tenis, marinas en el lago, campos de golf. Una galaxia exclusiva. Y un pueblo colonial con sus calles comerciales, mercados, gentes indígenas, campesinos, en su rebusque diario.


Cada vez más cerca de la capital, nos detuvimos en Toluca (1 millón de habitantes!), donde Estefanía nos mostró la universidad (las públicas son casi gratuitas), compartimos charlas con amigos y familia y subimos al Nevado de Toluca.

Parece una gran aventura, ya que la cima alcanza los 4.700 m! Pero, tiene truco: hay una carretera que sube hasta los 4.000 m, pasando los bosques de coníferas más altos del mundo. 


Unos visitantes Chinos nos subieron en sus todo-terrenos lujosos (xie xie!).  Y caminando un poco se llega a dos lagunas y un paisaje volcánico pelado, con una curiosa flora. Aunque por la niebla y la lluvia no pudimos subir a la cima. Así es la montaña y es época de lluvias, aunque dicen en invierno la gente acude a conocer y jugar con la nieve.

Y ponemos rumbo a una de las megalópolis del planeta. Ciudad de México nos espera, con más sorpresas y sustos de los previstos.


Para ilustrar la crónica:

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