Crónica de Belice

¿Belice? Posiblemente nunca hayas escuchado de este país o te suene a destino tropical, isla del Caribe o algo así. Normal.
Es un país pequeño, similar en tamaño a El Salvador,  y sus habitantes no llegan a ser ni medio millón.
Poca gente lo conoce salvo que seas aficionado al submarinismo (la segunda barrera de coral del mundo en pleno Caribe pasa cerca de sus casi 400 cayos), Gringo (hay muchos expatriados y turistas de Estados Unidos y Canada atraídos por su clima y porque el idioma oficial es el inglés) o Británico (era la Honduras Británica hasta 1973 que pasó a llamarse Belice y en 1981 logró la independencia aunque la Queen Elizabeth sigue apareciendo en los billetes de dólares beliceños que por cierto tienen una tasa de cambio fija de 1:2 respecto al US$).

Como Belice quedaba en medio de nuestra ruta por Centro-América, entre Guatemala y México, decidimos pasar unos días en este país.

El cambio al pasar la frontera de Guatemala fue inmediato. Llegamos de golpe al Caribe (aunque estábamos aún a 3 horas de bus del mar) al ver la mezcla de gentes, el ambiente relajado, las casas de madera, los letreros en inglés, español y “kriol”, una especie de inglés roto.
Porque Belice es una mezcla de gentes:  Mayas, los pobladores originales de estas tierras, Africanos traídos como esclavos  a tierras caribeñas hace más de 200 años, Chinos y Taiwaneses que llegaron a organizar el comercio (hay decenas de supermercados chinos en cada pueblo), Garífunas (mezcla de Africanos e indígenas), expatriados de Norte-América (principalmente jubilados), Menonitas de origen alemán (hay varias colonias rurales de estas gentes vestidas a la antigua y ancladas en tiempos pasados), Indios y Arabes en negocios, Hispanos venidos de países vecinos de Centro-América  en los últimos años huyendo de la violencia (porque Belice no tuvo guerras recientes ni padece de los graves problemas de inseguridad de sus vecinos del Triángulo Norte).

Belice, un país interesante a nivel humano, aunque tampoco se escapa de la falta de opciones, pobreza (gran parte de la población sobrevive a punta de “rice and beans”, arroz y fríjoles), control de las iglesias, falta de inversión y demás abusos como toda Centro-América. Y son muchos los Beliceños que salen en busca de oportunidades y se marchan a trabajar a Estados Unidos (normalmente de forma legal) y envían remesas de las que viven las familias en Belice.

No teníamos mucha expectativa con Belice, muchos viajeros la pasan de largo porque es un país caro (muchos Beliceños van a Guatemala y México a comprar) y lo pudimos comprobar.  Además  hay que pagar una tasa de salida de 20US$. Al menos practicaríamos inglés, el idioma oficial, pero tampoco, resultó que casi todo el mundo habla español.

Nos quedamos sólo 11 días en Belice. El país no da para tanto si eres mochilero. No hay mucho para hacer por libre y gratis.

En San Ignacio, un pueblo comercial cercano a la frontera con Guatemala, vimos bastantes turistas: es pueblo base para contratar costosos tours (rondan 100 US$) para visitar cuevas con ríos y remotas ruinas mayas perdidas en el bosque como Caracol.
Y como nuestro cámping se llamaba River Inn pues nos contentamos con bañarnos en el río tropical rodeado de enormes árboles (quedan algunos, los ingleses deforestaron masivamente), ideal para calmar el intenso calor y picazón de decenas de bichitos. Luego nos contaron que son pocos los ríos aptos para el baño, sin cocodrilos.

Seguimos a bordo de un viejo bus escolar hacia Belize City, la ciudad más grande del país, puerto de salida a los cayos más accesibles y asequibles de Belice (el “watertaxi” como les dicen a unas lanchas cerradas nos costó 15US$ ida y vuelta).  Rumbo a Caye Caulker, 45 minutos de travesía sobre el mar turquesa intenso, de un color increíble. Hay muchas islitas deshabitadas, otras privadas: vimos algunas de pasada, un pedazo de tierra con una casa o islas más grandes con aeródromo, campo de golf y enormes hoteles exclusivos. Todas cubiertas de manglares, al menos en esta parte norte de la costa, que han ido cortando ante el desarrollo turístico. Por ello al llegar a Caulker, comprobamos que no hay playas sino decenas de embarcaderos.
Bienvenidas a una isla en medio del Caribe, tranquilidad garantizada, sin coches (sólo hay carritos de golf y bicicletas), donde las calles son de arena, a ritmo caribeño.

Y eso es lo que hay para hacer: descansar, contemplar el mar con el arrecife a lo lejos (2 km mar adentro, debes llegar en lancha), sentir la brisa salitrosa, desconectar. En una isla que no mide ni 5 km de largo y menos de 1 km de ancho.


Por fortuna encontramos un cabaña con terraza frente al mar por menos de 15US$ (casi imposible en Belice, donde una cama en dormitorio compartido ronda ese precio), con el viejito Ignacio. “No me llegan muchos turistas, como me quedé sin embarcadero y con bastantes daños tras el último huracán. Casi todos los años alguno nos golpea. ¡De España! Mi abuelo vino de allá, el compró esta isla. Ahora hay decenas de hoteles y casas de expatriados, todo cambió. Ah, una cosa: no me vayan a traer ningún negro acá, son unos maleantes”.

Un personaje este viejito, pero su cabañita nos salvó la estancia en el Caye Caulker. Porque aunque estás rodeado de mar no hay buenas zonas de baño en el cayo, o porque hay mucha corriente o no cubre o hay algas (la costa Caribe está invadida de sargazo) o lanchas, siempre hay algo.

Los tours al arrecife cuestan 35US$ por 3 h y el vuelo para sobrevolar el famoso Blue Hole (un hueco redondo perfecto de color oscuro en el mar turquesa) está en 200US$, así que nos
contentamos con descansar y ver la vida local relajada.
Y mirar los turistas deambular por las callecitas de vuelta de los tours siempre con una botella de Belikin en mano, la cerveza local (un botellín cuesta 2.50 Beliceños o sea 1.25 US$ en las tiendas de los chinos).

Vamos que no entendemos bien el éxito de estos cayos de Belice, sin playas ni mucho para hacer (más ahora que hemos visto la costa Caribe de México!). ¿Será porque hablan inglés y la buena publicidad para atraer turistas?

Acabamos nuestro paso por Belice en familia gracias a Caroline que nos hospedó con Couchsurfing en Orange Walk, la capital azucarera de Belice, rodeada de campos de caña, a un paso de la frontera de México.
De papá gringo y familia maya, convivimos en la casa familiar el largo fin de semana del primero de mayo. Jugamos con los niños, hablamos con las mujeres de la casa, nos contaron de las mezclas de gentes beliceñas. Hablamos en español con palabras en inglés.

Nos reímos, nos invitaron a las comidas familiares: fried Jacks, unas tortas fritas, asado, salsas picantes y tortillas (hay mucha influencia mexicana, como la salsa habanera de Belice y Yucatán, dicen los chiles más picantes del mundo). Un buen final a este corto paso por Belice, justo antes de que comiencen las lluvias y la temporada de huracanes.
México nos espera!

Puedes ver nuestro ALBUM DE FOTOS DE BELICE.

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